Manuel Rojas no es jinete, pero conoce profundamente a los caballos. Sabe cómo se comportan antes de una competencia y reconoce su andar con solo mirarlos. En el mundo ecuestre, Rojas es petisero: uno de los cuidadores de caballos, una figura clave en cada jornada. Y en el GMW Equestrian Week 2025, su labor no pasó desapercibida.

Es de los primeros en llegar al Polo Club. Les quita la manta de dormir a los animales, les coloca los tacos y rasquetea el pelo con una manopla. Luego trenza las crines de los caballos para dejarlos listos para la competencia. Su experiencia es evidente: lleva 27 años viviendo entre caballos.

CON LA MANTA. Los caballos, antes de la competencia, utilizan una indumentaria de diferentes colores para ser identificado. OSVALDO RIPOLL/LA GACETA.

“Me gusta pasar tiempo dentro de La Foresta. El club es mi vida y es hermoso porque me relaja por completo. Lo más importante es controlar la hidratación de los animales. Hay que asegurarse de que siempre tengan agua”, aconseja.

Los cuidadores le realizan ciertos peinados a los caballos; en este caso, el equino tiene unos rodetes. OSVALDO RIPOLL/LA GACETA.

De protagonista a maestra

A un lado del circuito, ya dispuesto con vallas y obstáculos, se encontraba Josefina Manzur, una de las jinetes tucumanas más laureadas. Su palmarés habla por sí solo: fue campeona nacional de saltos variados en la categoría amateur (vallas de 1,20 metros) en 2020, y subcampeona nacional en dos ocasiones: en 1993, con el caballo Vistazo, en Cuarta Menores (1,10 metros); y en 2000, con Mapoi Levante, en 1,20 metros. Aunque esta vez no era su momento de brillar, sí lo era para sus pupilas, que se forman en el Establecimiento Ecuestre La Foresta.

Para Manzur, la equitación es un estilo de vida. Lleva más de 37 años dentro del deporte y compartió esa pasión junto a su padre, Guillermo Manzur, y su pareja, Ricardo Piola. Los tres fundaron La Foresta, uno de los establecimientos más tradicionales de Tucumán. Según cuenta, allí hay más de 100 boxes y se entrenan jinetes de distintas categorías.

“Uno de los grandes desafíos es cuidar a los chicos. Cada padre que me confía a su hijo me está dando su tesoro así que trato de cuidarlos como si fueran mis propios hijos. La idea es que realmente lo disfruten”, explica.

Josefina alza la voz, da indicaciones a sus alumnas y les ofrece una breve charla antes de entrar en acción. No se trata de instrucciones técnicas: les recuerda que disfruten y sientan la conexión con su caballo. Insiste en que lo primero es respetar al animal y luego confiar en él.

“Hay chicos que al principio están toda la clase de mi mano porque les da miedo. Es lógico: es un animal grande, y están más elevados del suelo. No es como caminar por tierra firme”, concluye.

Así continúa, firme pero empática, con la preparación emocional de sus pupilas para afrontar el desafío.